DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Ciclo A. HECHOS (Hch): 1,1-11
Pbro. Camilo Daniel Pérez
1.- vv. 1-3: “…escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo… Después de su pasión… se les apareció durante cuarenta días para hablarles del Reino de Dios…”
Lucas, el evangelista, escribe su evangelio y como una continuidad del mismo es autor también de los Hechos de los Apóstoles. Comienza este libro haciendo alusión a su Evangelio y lo comienza con el pasaje con el cual había cerrado el Evangelio, la Ascensión del Señor al cielo. Además, dice que Jesús resucitado permaneció por 40 días instruyendo a sus apóstoles. Lucas tiene una gran sensibilidad histórica y del tiempo. Por ello mismo, Lucas utiliza la forma histórica y temporal para la preparación de los Apóstoles en su tarea misionera, como Jesús se preparó para su ministerio en el desierto, evocando también los cuarenta años que pasó por el desierto el Pueblo de Israel preparándose para entrar a la tierra prometida como el Pueblo de Dios. Con todo ello, Lucas quiere resaltar con la Ascensión del Señor que Jesús ha terminado su obra y que ahora la Iglesia, sus discípulos, tenemos la obligación de continuarla “hasta los confines de la tierra”, es decir, hacer presente su Evangelio en todas partes y en todos los ambientes. En ese sentido es muy enfático el pasaje del Evangelio de Mateo que leemos en este domingo: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos…y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado”
(Mt. 28,16-20)
2.- vv. 4-5: “… aguarden… la promesa del Padre…ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo.”
Así como en su Evangelio para Lucas el protagonista es Jesús de Nazaret, ahora, en los Hechos de los Apóstoles el protagonista es el Espíritu Santo quien inaugura el tiempo de la Iglesia en Pentecostés, la guía, le inspira y actúa en y a través de ella. Una Iglesia conformada por todas y todos los discípulos de Jesús. Lucas consigna más adelante, en el versículo 8 estas palabras de Jesús: “… cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos…” Además, escucharemos en el Evangelio proclamado en este domingo: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20). Por tanto, la Iglesia no actúa por sí sola sino que es y deberá ser un signo manifiesto, claro y contundente de la presencia y obra misma de Jesús. Por así decirlo, la Iglesia solamente es un instrumento válido, excelente pero no absoluto del Señor Jesús para trabajar y hacer presente el Reino de su Padre Dios entre nosotros.
3.- vv. 6-8: “…Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?…”
La Iglesia siempre caminará entre la fidelidad a Jesús y el Evangelio por una parte y el pecado y el ansia del poder por otra parte. Los seguidores de Jesús todavía están pensando en el poder, en la soberanía de Israel, en las glorias del Rey David. Además, ya no son “los doce”, ahora son once los que acuden a la cita, nos dice el Evangelio (Mt. 28,17). Entre ellos hubo un traidor: Judas Iscariote. Incluso el mismo Evangelio nos señala que al ver a Jesús “le adoraron, algunos sin embargo dudaron.” A pesar de la fragilidad de la Iglesia, de la falta de fe de las y los seguidores de Jesús, él sigue confiando en ellos/as, sigue encomendándonos su obra de amor, de justicia y de paz, valores del Reino de Dios.
4.- vv. 9-11: “Dicho esto, se fue elevando de ellos… viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, qué hacen allí parados, mirando al cielo?
- Las y los discípulos deberán comprender que no pueden quedarse mirando al cielo, sino tienen que mirar a la tierra y ponerse a trabajar en la misión encomendada: Hacer presente el Reino de Dios. “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7,21)
- Subir a los cielos y estar sentado a la derecha del Padre es una forma simbólica para expresar que Jesús ha sido exaltado, glorificado y que es el Hijo de Dios. Por lo mismo, con todo su poder divino se hace presente en la Iglesia. Ésta no nace porque Jesús se va, sino porque está más plenamente presente entre nosotros. Podemos imaginar que la Ascensión de Jesús es su “graduación” como nuestro Mesías y Salvador, como nuestro camino, verdad y vida. Toda su obra plenamente realizada por él es ahora nuestra fuerza y nuestra misión hasta el final de los tiempos.
5.- REFLEXIÓN
La presente reflexión está basada en la Encíclica del Papa Francisco: “La alegría del Evangelio”.
Ahora es el tiempo de la Iglesia. Jesús hizo lo suyo y ahora nos encomienda su obra para que nosotros hagamos lo nuestro como Iglesia. Lo hacemos motivados e inspirados por el Espíritu Santo y con la presencia amorosa y gratificante de Jesús, nuestro Dios y Salvador, resucitado y subido al cielo; sin embargo, tenemos tres grandes tentaciones que nos pueden desviar de la obra de Jesús: 1ª.- La falta de fe en Jesús y en nosotros mismos. Podemos hacer planes bien elaborados, pero de antemano somos unos “generales derrotados” por nuestra incredulidad, como lo afirma el Papa Francisco (No. 96). 2ª.- Somos una Iglesia que fácilmente caemos en la tentación del poder. Sucede con frecuencia que no buscamos la gloria de Dios, sino la gloria humana y el bienestar personal (No.93). Gastamos nuestras energías en controlar (94), en la fascinación por conquistas sociales y políticas (95). Es muy fácil “estar en guerra con otros cristianos que se interponen en la búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Impedimos ampliar espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia” (No.103). 3ª.- Somos una Iglesia que fácilmente nos conformamos con sólo rezar. “La vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio, pero que no alimentan el encuentro con los demás (No.78). Buscamos una “espiritualidad del bienestar” sin comunidad y sin compromisos fraternos (No. 90).
Creo que lo expresado por el Papa Francisco en su encíclica adquiere mucha relevancia como examen de conciencia ante estas situaciones difíciles por las que la humanidad entera está pasando: Conflictos bélicos, violencia, agudización de la pobreza, desempleo, migración forzada y masiva, individualismo, etc. Ahora más que nunca necesitamos ser una Iglesia profundamente renovada y comprometida con el Jesús del Evangelio. Preguntémonos: ¿Seremos una Iglesia humilde, capaz de acompañar fraternal y proféticamente a una humanidad herida, con caridad y bondad? ¿Seremos una Iglesia del lavatorio de los pies, dispuesta a ceñirse la toalla del servicio? Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine.