Cuauhtémoc

Published on abril 5th, 2023 | by Jorge Reyes

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Quitarse el manto para ceñirse la toalla del servicio

Opinión

JUEVES SANTO 2023. Jn.13,1-15 Ciclo A

Pbro. Camilo Daniel Pérez.

QUITARSE EL MANTO PARA CEÑIRSE LA TOALLA DEL SERVICIO

El Jueves Santo, las y los cristianos celebramos la Última Cena del Señor. Juan la describe en un ambiente de tristeza y, a la vez, de profunda intimidad (Capítulos 13 al 17). Jesús se está despidiendo de los suyos, a los que ha amado, con los que ha compartido proyectos, sueños, ilusiones, esperanzas, sufrimientos y alegrías. El corazón de Jesús se enternece y se vuelca totalmente hacia sus discípulos. En este ambiente, Jesús hace su testamento y da sus últimas recomendaciones. Busca la manera de estar siempre con los suyos y de que nunca se olviden de su proyecto de vida. Deja tres herencias a todas y todos los que aceptamos ser sus discípulos: El Mandato del Amor a su estilo, la Institución de la Eucaristía no sólo para recordarlo sino para celebrar que está vivo y presente entre nosotros y la Institución del Sacerdocio para que su comunidad de amigos (la Iglesia) administre lealmente su herencia.

En este ambiente de la última Cena, el Lavatorio de los Pies adquiere una gran relevancia y significado. No es solamente un simple gesto de humildad, ni una mera ocurrencia de Jesús. Son las herencias de Jesús puestas en práctica. El Lavatorio es el sentido explícito y claro que tienen el Mandato del Amor, la Eucaristía y el Sacerdocio. Estas tres herencias no tienen sentido sin el ejercicio del Lavatorio. Lo imprevisto e inaudito del hecho mismo nos hace poner toda nuestra atención en él. Muchos podríamos pensar que el interés de Jesús es el rito celebrativo de Cena del Señor (La Misa) adornado con cantos, hermosos ornamentos y recitado con gran solemnidad. No es en esto donde Jesús pone el énfasis. Para Jesús lo que realmente le importa es que estemos dispuestos a quitarnos el manto, a ponernos la toalla del servicio y seamos capaces de lavar los pies a nuestros semejantes.

Amar a Dios y al prójimo “valen más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc. 12,33). “Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma.” (Benedicto XVI). Quitarse el manto es quitarse todo lo que pueda estorbar (privilegios, insignias, categorías, resentimientos, flojeras, indiferencias, pleitos…) para construir fraternidad. Ceñirse la toalla del servicio es poner en juego todo lo que tengo para dar (mis capacidades, mis habilidades, mis carismas, mi tiempo…) en favor de los demás.

Lavar los pies y secárselos a alguien era un signo de acogida y hospitalidad o deferencia. De ordinario lo hacía un esclavo no judío o una mujer, un inferior a un superior. Jesús, hombre libre, lavando los pies afirma la igualdad y el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano. Que no sea un esclavo quien lave los pies, sino un hombre libre, como lo es Jesús, invierte el orden de valores admitido. Lavar los pies no es solamente un eventual acto de humildad, es una actitud ante la vida, es una denuncia profética ante un sistema de dominación que discrimina y es excluyente por naturaleza.

Finalmente, lavar los pies es símbolo de compañerismo y solidaridad. Lavar los pies cansados por la vida, encallecidos por la incertidumbre, se vuelve vital ante un mundo tan incierto, tan inseguro para la vida y tan propicio para la guerra y la violencia. Lavar los pies de compañeros de jornada es señal de compartir penas. Lavar los pies de los amigos es suavizarles el camino, así como lavar los pies de los pobres es mostrar nuestra solidaridad.
El Documento de Aparecida en el número 65 nos presenta todo un rosario de “los rostros de quienes sufren” para que no sólo nos quedemos en estadísticas y en números. A ellos va dirigido principalmente el lavatorio de los pies. Sólo me permito nombrar algunos de esos rostros: los indígenas, las mujeres, los jóvenes sin oportunidades, los pobres, los desempleados, los migrantes, los desplazados, los campesinos sin tierra, niños y niñas sometidos a la prostitución infantil, los niños víctimas del aborto, los drogadictos, los portadores y víctimas de enfermedades graves que sufren de soledad, las personas con capacidades diferentes, los secuestrados, las víctimas de la violencia, los ancianos rechazados y/o abandonados…. De todos ellos se da una verdadera “exclusión social… Los excluidos no son solamente explotados, sino sobrantes y desechables.”

Hay que darles el mensaje “lavándoles los pies”, es decir, manifestándoles que están “incluidos en nuestro corazón” y que forman parte de la comunidad humana. ¿Qué puedes hacer por algunos de estos rostros para restañar tan profunda llaga de la humanidad?


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